Llegué así hasta un punto en el que el camino se dividía en dos partes. Uno de ellos, bajaba lentamente, escondido entre árboles, y desde donde estaba yo, podía ver perfectamente que se dirigía hacia un pueblo, donde seguramente podría descansar, cenar y recibir la noche con tranquilidad. Al día siguiente podría despertarme y pensar que el lugar me agradaba, pedir indicaciones a la gente del lugar y pensar bien si quería abandonarlo o no. Era lo más simple que podía hacer, pero de hacerlo así, habría abandonado lo que más quería en el mundo. El otro camino, seguía hasta el pie de la montaña y ascendía. Lo miraba y me daban escalofríos. Parecía muy largo, y un poco más allá, se perdía de vista. Sabía que podía transitar por ahí, lo cual sería buena idea, ya que si llegaba lo suficientemente alto, podría ver el pueblo entero y más allá. Podría elegir qué otros caminos tomar y por dónde seguir mi ruta hacia ningún lado (algún lado). Si se me hacía de noche, tal vez iba a ser peligroso bajar, y subir tampoco iba a ser tan fácil pedaleando; tendría que ir a pie. Entonces miré el camino hacia el pueblo otra vez, bajé de la bicicleta y esperé.
Sabía cuál de las dos opciones era la más sensata, cuál era más fácil y la que más me llamaba la atención. Pasar la noche en el pueblo y tal vez terminar mi viaje allí sería muy sencillo. Sin embargo, el deseo de ver toda la región desde lo alto era muy fuerte. No tenía una carga tan pesada en mi bicicleta, pero cargarla no era problema. Podría tirar de ella para siempre, si era lo que me hacía sentir viva y feliz. Mi corazón se agitaba de emoción al pensar en lo que había más allá, y en que cada vez estaba más alejada de lo que alguna vez había llamado hogar. Sí, podría ir al pueblo y volver al día siguiente, ¿pero estaba segura de que iba a volver a estar allí? ¿Y si algo me detenía allá abajo? Sabía que era una de esas cosas que si no hacía en el momento, no las iba a hacer nunca más. O por lo menos, no debía arriesgarme a que eso suceda. Tampoco pretendía llegar tan alto. Me conformaba con subir lo suficiente como para tener una buena vista del lugar. Y debía apurarme si no quería que se haga de noche.
No, no quería llegar tan alto, pero estaba segura de que quería subir. Así que empecé a caminar hacia la izquierda, tranquilamente, cantando alguna canción por lo bajo. No volví a mirar atrás, porque ya no me importaba hacerlo. Subía, subía, y quién sabe con qué cosas me encontraría o tendría que cargar. Tiraba de mí misma con esfuerzo pero con gusto de hacerlo, y tiraría de todas las cosas que amaba de esa manera. ¿Qué me importaba hacerlo, si mi corazón saltaba alegre y seguro, gritándome que siga por más que duela, que no vaya a detenerme?
Yo sentía como si también estuviera saltando. De a ratos miraba el camino midiendo su longitud, que desaparecía tras alguna curva y no me permitía ver demasiado, pero a los segundos ya no me importaba otra vez. Tenía miedo y eso me gustaba. La brisa seguía golpeando mi cara suavemente, y sonreí ante su frescura. Abajo, el pueblo, los bosques y todo lo demás, se iban achicando de a poco.