-Comí con tu padre hace un par de semanas -me dijo de repente-. ¿Te había dicho?
-No. No sabía nada.
-Está muy preocupado por ti.
-Sí. Ya lo sé.
-Al parecer, cuando me telefoneó acababa de recibir una carta del director de Pencey en que le decía que ibas muy mal, que hacías novillos, que no estudiabas, que, en general...
-No hacía novillos. Allí era imposible. Falté un par de veces a la clase de Expresión Oral, pero eso no es hacer novillos.
No tenía ganas de hablar del asunto. El café me había sentado un poco el estómago, pero seguía teniendo un dolor de cabeza terrible.
El señor Antolini encendió otro cigarrillo. Fumaba como un energúmeno. Luego dijo:
-Francamente, no sé qué decirte, Holden.
-Lo sé. Es muy difícil hablar conmigo. Me doy cuenta.
-Me da la sensación de que avanzas hacia un fin terrible. Pero, sinceramente, no sé qué clase de... ¿Me escuchas?
-Sí.
Se le notaba que estaba tratando de concentrarse.
-Puede que a los treinta años te encuentres un día sentado en un bar odiando a todos los que entran y tengan aspecto de haber jugado al fútbol en la universidad. O puede que llegues a adquirir la cultura suficiente como para aborrecer a los que dicen 'Ves a verla'. O puede que acabes de oficinista tirándole grapas a la secretaria más cercana. No lo sé. Pero entiendes adónde voy a parar, ¿verdad?
-Sí, claro -le dije. Y era verdad. Pero se equivocaba en eso de que acabaré odiando a los que hayan jugado al fútbol en la universidad. En serio. No odio a casi nadie. Es posible que alguien me reviente durante una temporada, como me pasaba con Stradlater o Robert Ackley. Los odio unas cuantas horas o unos cuantos días, pero después se me pasa. Hasta es posible que si luego no vienen a mi habitación o no los veo en el comedor, les eche un poco de menos.
El señor Antolini se quedó un rato callado. Luego se levantó, se sirvió un cubito de hielo, y volvió a sentarse. Se le notaba que estaba pensando. Habría dado cualquier cosa porque hubiera continuado la conversación la mañana siguiente, pero no había manera de pararle. La gente siempre se empeña en hablar cuando el otro no tiene la menor gana de hacerlo.
-Está bien. Puede que no me exprese de forma memorable en este momento. Dentro de un par de días te escribiré una carta y lo entenderás todo, pero ahora escúchame de todos modos -me dijo. Volvió a concentrarse. Luego continuó-. Esta caída que te anuncio es de un tipo muy especial, terrible. Es de aquellas en que al que cae no se le permite llegar nunca al fondo. Sigue cayendo y cayendo indefinidamente. Es la clase de caída que acecha a los hombres que en algún momento de su vida han buscado en su entorno algo que éste no podía proporcionarles, o al menos así lo creyeron ellos. En todo caso dejaron de buscar. De hecho, abandonaron la búsqueda antes de iniciarla siquiera. ¿Me sigues?
-Sí, señor.
-¿Estás seguro?
-Sí.
Se levantó y se sirvió otra copa. Luego volvió a sentarse. Nos pasamos un buen rato en silencio.
-No quiero asustarte -continuó-, pero te imagino con toda facilidad muriendo noblemente de un modo o de otro por una causa totalmente inane.
Me miró de una forma muy rara y dijo:
-Si escribo una cosa, ¿la leerás con atención?
-Claro que sí -le dije. Y así lo hice. Aún tengo el papel que me dio. Se acercó a un escritorio que había al otro lado de la habitación y, sin sentarse, escribió algo en una hoja de papel. Volvió con ella en la mano y se instaló a mi lado.
-Por raro que te parezca, esto no lo ha escrito un poeta. Lo dijo un psicoanalista que se llamaba Wilhelm Stekel. Esto es lo que... ¿Me sigues?
-Sí, claro que sí.
-Esto es lo que dijo: 'Lo que distingue al hombre insensato del sensato es que el primero ansía morir orgullosamente por una causa, mientras que el segundo aspira vivir humildemente por ella.'
Se inclinó hacia mí y me dio el papel. Lo leí y me lo metí en el bolsillo. Le agradecí mucho que se molestara, de verdad. Lo que pasaba es que no podía concentrarme. ¡Jo! ¡Qué agotado me sentía de repente!
Pero se notaba que el señor Antolini no estaba nada cansado. Curda, en cambio, estaba un rato.
-Creo que un día de estos -dijo-, averiguarás qué es lo que quieres. Y entonces tendrás que aplicarte a ello inmediatamente. No podrás perder ni un solo minuto. Eso sería un lujo que no podrás permitirte."
Ésta parte del libro especialmente, siempre me dejó pensando muchísimo. Leí El Guardián Entre El Centeno por primera vez cuando tenía 16 años, y me sorprendió y capaz que hasta me fascinó y me asustó un poco la manera en que encontraba a Holden muy igual a mí. Al final, vi las cosas desde afuera y entendí que muchas de ellas no eran del todo agradables, pero eran cosas que no podía evitar, y porqué no hablamos en presente, que todavía no puedo evitar. Pasó muy poco tiempo y todavía sigo pensando muchísimo en ésta parte, más que nada cuando tengo tiempo y la facultad no logra parte de su propósito: quitarme de la mente éste tipo de cuestiones. Más que nada con la frase que recibe Holden en ese pedazo de papel. Porque al final, es a la misma conclusión a la que llegué yo, en cierto sentido. Vivir, supuestamente resignada, a que esa causa por la que alguna vez habría mandado todo a la mierda, se deteriore. Pero de resignación una mierda. Antes, al igual que él, estaba la escuela en medio, y me sentía completamente encarcelada. Ahora que soy "libre" [con MUCHAS comillas] adopté una postura de resignación que se siente distinta porque ya no puedo hacer más en ese establecimiento para cambiarlo. Ahí no tengo derecho a decir o hacer nada, y tengo que resignarme a que cada vez que entro, vea el mismo tipo de caras que veía antes. Trato de seguir manifestando mi presencia a través de mis hermanas. Trato de hacerles ver que pueden hacer algo para que las cosas cambien, que no deben adoptar un papel pasivo en el que todo pasa sin que ellas hagan nada. Porque al final, ese establecimiento es MUY insignificante con respecto a todo lo que nos espera después. Sigo manteniendo firme mi postura, pero ya no puedo hacer más nada en ese lugar. Ahora tengo que hacerlo en otros ámbitos, y espero no terminar tirada en un bar odiando a mis ex-compañeras dentro de unos años... Sí, son insensatos los que mueren por la causa, ¿pero qué tan sensato es dejar que la vida pase viviendo "humildemente" por ella? En todo caso, supongo que pienso en ambas partes, todo el tiempo. No pienso abandonar nada, sino que pienso vivir por mis ideales. No pienso en morir por la causa, porque antes creo que es más importante compartir todos los conocimientos que sean posibles con otros, y no hablo de la educación, vender libros o cualquiera de esas mierdas. Me refiero a simples palabras, cortas, sencillas, que puedan por lo menos dejar pensando a alguien. Y el día en que muera, habré muerto por la causa, porque me habré mantenido firme, y no me habré resignado a formar parte de nada. Siempre lo voy a ser, pero el hecho de que sepamos que hay cosas en las que no estamos de acuerdo, y que siempre que podamos, lo digamos, lo recalquemos, no significa una completa resignación ni que una causa esté perdida. Al fin y al cabo, no somos ni los primeros ni los últimos hombres que "han sufrido moral y espiritualmente del mismo modo que tú. Felizmente, algunos de ellos han dejado constancia de su sufrimiento. Y de ellos aprenderás si lo deseas. Del mismo modo que alguien aprenderá algún día de ti si sabes dejar una huella."
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