Tal vez ese sueño me hablaba de necesidad, de una necesidad que tengo desde hace tanto tiempo y que nadie parece poder satisfacer. En ese sueño, sentía que mi pecho latía con fuerza, como si riera... o como si llorara. Y me encontraba a mí, infinitamente pequeña en un barrio tan grande, tan lleno de gente, y a la vez, estaba tan sola.
No se me ocurrió nada mejor que salir a la vereda, cuando pasabas en una bicicleta, y pensé (o pensé que pensé) que por tu mirada sabía que podía volver a empezar. "Volver a empezar", y apenas se me ocurrió esto, me vi a mí a la edad de trece años, con varios años más menos y todo dispuesto para volver a empezar.
Así que corrí, y por un momento me sentí como Susan Delgado. Sentí que corría, que estaba asustada, muy asustada, y entonces, corrí más fuerte y me puse a cantar. Habría llorado si hubiera podido, pero no lo iba a permitir, porque sabía que andabas por ahí, y no habría de mostrar mis debilidades ante un ser tan terco y más pequeño que yo. Pequeño de alma y de fuerza. O tal vez no. Ya ni siquiera estaba segura de las cosas que ignoraba y las que sabía. Por un momento, hasta creí sostener una pollera larga con mis manos, pero no era así.
Y cuando crucé la calle, esquivando un auto y un par de personas, volví a caer en que yo no era Susan, y principalmente, en que te habías acercado a correr a mi lado. Lo vi por el rabillo del ojo y lo confirmé cuando giré mi cabeza y ahí estabas, casi diciéndome "hey, te juego una carrera hasta donde sea que vayas", porque eso es lo que hacen un par de niños en un barrio tan humilde.
¿Qué significaba todo eso? Corrí más rápido, casi rogando mentalmente que me dejes en paz porque estaba dispuesta a escapar si seguías persiguiéndome, pero me di cuenta de que ya no quería que me dejes en paz. Porque yo también te había dejado en paz, y no fue bueno, y ahora tenía muchos años menos, entonces tenía más tiempo. Tenía más años de mi vida, los suficientes como para aprender lo que no había aprendido nunca, ¿y después? Bueno, no era necesario imaginar nada más.
Llegué por fin (esa única cuadra se me hizo interminable), y alquilamos una película cada uno. Nadie hablaba, o al menos, nadie decía cosas innecesarias. Lo hecho, hecho estaba, y ya no importaba porque habíamos retrocedido el tiempo. No lo ignoramos, lo olvidamos. Así que podía sonreír de verdad, mirarte y sonreír. Me veía envuelta de una felicidad inocente, de una alegría que me permitía cantar otra vez.
Y así me fui. Corriendo, como vine, y cantando. Sola, contenta de tener de vuelta mi pequeño mundo simple. Y de que puedas formar parte de ese pequeño mundo sin hacerme daño.
Es una atrocidad. Debería ser un crimen no poder cantar las canciones de nuestra banda favorita simplemente porque duele. Debería resultar empalagoso mirar durante tanto tiempo la luna, que siempre persigue a los mejores amigos durante las noches más felices y, por lo tanto, tiene tantas buenas historias que contar. Debería estar prohibido poner una hamaca en una plaza sin poner otra al lado, y deberían quemarse las cámaras que sacan las mejores fotos en los momentos indicados.
No debería existir nada de eso. No deberían existir las cosas tan hermosas que hacen que recordar sea tan adictivo.
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