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24 feb 2010

Dios salve el pasado

... Jud, de pie junto a ellos, contempló cómo introducían el féretro en el coche.
—Adiós, Norma —dijo encendiendo un cigarrillo—. Hasta pronto, muchacha.
Louis abrazó a Jud por los hombros, y el hermano de Norma se le acercó por el otro lado, relegando a segundo término al director y a su hijo. Los fornidos sobrinos (o primos segundos, o lo que fueran) ya habían hecho mutis, una vez realizado el simple trabajo del acarreo. Ellos no frecuentaban aquella rama de la familia. A Norma la conocían por las fotografías y alguna que otra visita de cumplido: largas tardes pasadas en la sala, comiendo las galletas de Norma y bebiendo la cerveza de Jud, no precisamente aburridos por las viejas historias de tiempos y personas que ellos no habían conocido, pero sí pensando en lo que hubieran podido hacer aquella tarde (lavar y abrillantar el coche, jugar una partida de bolos o, simplemente, ver por la tele un combate de boxeo con los amigos) y contentos de marcharse una vez satisfechas las formalidades.
Para ellos, la familia de Jud ya era cosa del pasado; era como un planetoide erosionado que se alejaba de la masa principal, a la deriva, disminuyendo de tamaño hasta convertirse en una mota. El pasado. Fotos en un álbum. Viejas historias contadas en habitaciones excesivamente caldeadas: ellos no eran viejos; sus articulaciones no estaban artríticas ni su sangre se había enfriado. El pasado se reducía a unas asas que había que agarrar de vez en cuando y luego soltar. Al fin y al cabo, si el cuerpo humano era la envoltura que contenía al alma humana, la carta que Dios enviaba al universo, según enseñaban la mayor parte de las religiones, el American Eternal [*féretro] sería la envoltura que contenía el cuerpo humano, y para aquellos aguerridos sobrinos o primos o lo que fueran, el pasado era una carta vieja que había que archivar.
"Dios salve el pasado", pensó Louis, estremeciéndose sin más motivo que el pensar que llegaría el día en que él se sentiría igual de desligado de su propia sangre, del fruto de los hijos de su hermano... o de sus propios nietos, si Ellie o Gage tenían hijos y él llegaba a conocerlos. El centro de gravedad se desplazaba. Los vínculos familiares se deterioraban. Caras jóvenes en fotos viejas.
"Dios salve el pasado", pensó nuevamente oprimiendo con más fuerza los hombros del anciano...


Cementerio de Animales, de Stephen King.

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