Welcome to Paradise

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28 jul 2011

Momento de inspiración

Si me ponía a pensar, era increíble tal vez la facilidad con que pequeños detalles se transformaban en mi cabeza hasta convertirse en grandes tormentas, que me mantenían en el estado que casi siempre estaba. No sabía en qué momento, ni cómo, ni porqué, de repente me veía envuelta en una niebla tan espesa que salir de ella parecía imposible. Y esa niebla llevaba consigo un sufrimiento inexplicable, un dolor que casi era físico, y miles de pensamientos que de repente afloraban en mi mente como si todos se hubieran puesto de acuerdo para hacer una reunión de té a la misma hora. Conversaban, reían, gritaban, todos a la vez, en el mismo lugar, atraídos por la misma neblina maldita.
Y todo eso no sólo se reservaba para trastornarme durante las noches, pura y exclusivamente a mí. Claro que no, si yo no era más que la primer y más importante víctima. Allí estaba el egoísmo, dispuesto a pedir más de lo que sabía que iba a obtener. ¿Por qué no puedo conseguir lo que quiero? ¿Es que no soy lo suficiente buena en lo que hago o para con los demás? ¿Es que no me esfuerzo demasiado como para merecer recompensas? ¿Por qué, y maldición, de verdad me pregunto porqué, los demás también parecían ponerse de acuerdo en mi contra?
A su lado estaba la amargura, que no sólo me dominaba a mí por completo. Ella sacaba de mi boca los comentarios más ácidos y repulsivos dirigidos hacia cualquiera que se cruce en mi camino. ¿Y qué culpa tenía él o ella si la niebla me perseguía a mí? No lo sabía exactamente, pero no podía contestar a nada que me dijeran de buenas maneras, con verdadero entusiasmo, o simplemente no podía ocultar todas esas cosas que me carcomían por dentro. Amargura y Egoísmo trabajaban juntos a veces, porque Egoísmo le gritaba a la otra que no se detenga, que llene y ocupe todo lo que pueda, que arrastre todo lo que pueda consigo. Y Egoísmo también azotaba al Enojo.
De repente, todo me molestaba. No, no me molestaba, me sacaba de quicio. ¿Por qué no se pudren todos en el mismísimo infierno? Tal vez así se den cuenta de que era mejor prestarme atención a mí, o que era mejor no superar a una pobre mujer que nunca obtuvo lo que se merece. Y ya me importa un bledo si la culpa es mía, culpables eran todos, sólo por mirarme con pena, o por no interesarse en mí. El Enojo no tiene sentido. Era sólo ira que surgía de la nada, de cualquiera acción estúpida, tanto mía como de los demás. Era lo que menos entendía.
Frustración, Odio, Rabia, no entendía porqué todos se reunían para atormentarme de esa forma. Ni siquiera me había sucedido nada demasiado importante como para darle la bienvenida con gusto a esos sentimientos. Pero el mayor de todos, el que encabezaba el grupo y no reía, sino que sonreía con una satisfacción maldita, era la Tristeza. Por detrás del Egoísmo y la Amargura, del Enojo, la Frustración y demás, si se disparaba la Tristeza, se disparaban todos los demás. Era la que conducía aquel grupo de locos.
Sin hablar de ellos de una manera tan abstracta, cuando sabía que estaba en el peor momento de esa reunión, cuando sabía que ya estaba metida de lleno en esa locura, era cuando mi garganta comenzaba a molestarme. Era como si algo se expandiera dentro de ella, hasta que dolía, y mis fuerzas para impedir que siga expandiéndose me hacían doler aún más. Era el llanto, lo que quería expandirse era el llanto. Y a veces me pasaba en los momentos más inoportunos. En la calle, en una reunión con amigas, delante de gente que no quería que me vieran llorar. Y lo soportaba, porque creo que mi semblante ni siquiera parecía demasiado triste como para demostrar tal debilidad. Pero lo cierto es que necesitaba que me detuvieran. Necesitaba que alguien se diera cuenta de todas las señales obvias que demostraban que no estaba bien, y que me dijera sin vergüenza que sabía que yo estaba mal y que, aunque no podrían hacer nada para ayudarme, de todas formas allí había una mano amiga. Sólo necesitaba que me dijeran eso, para que pudiera soltar el llanto de una vez, y suponía... No, estaba completamente segura, que después de eso me sentiría perfectamente. Como el viento que podría disipar esa niebla, como el golpe que pudiera derrumbar el castillo de naipes, o cualquier comparación idiota que se les ocurra. Bueno, eso era lo que yo necesitaba. Tal vez entonces podría pensar en todas las situaciones que me rodeaban de manera más clara, con la mente más despejada. Tenía que encontrar la salida a ese callejón tan oscuro.
Porque lo cierto es que de esa manera no podía pensar con claridad en lo que de verdad me atormentaba. Me atormentó tanto que de un momento a otro ya casi me había olvidado de que ese era el verdadero motivo de mi depresión. Y si quería buscar soluciones, no podría encontrarlas mientras estaba reunido en mi cabeza el Club de la Niebla. Porque ellos me aconsejaban, y entonces no había ni una solución que no estuviera llena de dolor y sufrimiento.


[20% de imaginación; 80% de cuestiones personales]

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