Un húmedo y frío día de invierno
en Buenos Aires, Luna salió a la calle envuelta en su abrigo y su bufanda,
recibiendo el viento fuerte en la cara, tratando de no dejarse vencer por él.
Era un punto pequeño, rojo y encorvado que atravesaba la ciudad con
inexplicable prisa. No le ponía de mal humor el hecho de que bien podría estar
en su casa, tibia al lado de la estufa, rodeada de música y perfume a café. De
hecho, ni siquiera se cruzaban esas ideas por su cabeza.
En su mano todavía sostenía el
celular, y en esa pantalla todavía estaba el mensaje de Paul: “Vení rápido, por
favor.” El aparato sonó otra vez, asustándola. Y luego, el alivio: “No te
preocupes, estoy bien, pero igual necesito que vengas.” Casi soltó un suspiro,
pero no se permitió el segundo necesario para hacerlo. De todas formas, tendría
que haber sabido que nada podía ser tan grave. Es decir, él sí se mostraba raro
esos días; ella pocas veces podía descifrar lo que querían decir sus actitudes,
sus miradas, o incluso las cosas que decía, pero no parecía algo terriblemente
malo. Sí, así era. Trató de convencerse de que así era, al menos.
La verdad era que a veces no
tenía idea lo que Paul podría llegar a ser.
Vivían a unas cuadras, así que en
muy poco tiempo estuvo ante su puerta. Siempre se sentía increíblemente pequeña
ante ella, ante esa casa gigante que parecía que podía venírsele encima. Que la
devoraba cada vez que entraba. Y sin que tocara el timbre, la puerta se abrió.
Lo que vio casi la hizo sonreír: Paul estaba envuelto hasta la cabeza por una
frazada azul, en medias, despeinado y más ojeroso que nunca. No sabía si reír o
llorar, literalmente. En lugar de eso, se acercó y después de acariciarlo, le
dio un pequeño beso en los labios. Se olvidó del tamaño de la casa y del tamaño
del mundo.
-Espero que mi mensaje no haya
sonado… Mal –dijo dejándola pasar, haciendo una mueca.
-No te hagás problema, estoy bien
–contestó sacándose el abrigo.
-Viniste muy rápido, por eso
pensé que te preocupaste –murmuró sonriendo levemente. Ella no contestó, y en
cambio, le dio el abrigo que él colgó al lado de la entrada.
-De cualquier forma, veo que te
estás tomando muy en serio eso de “semana de descanso” –dijo observándolo
significativamente. Finalmente, él rió, aunque no con demasiadas ganas.
-Me acabo de despertar –confesó
aferrando más fuerte la frazada. Le agarró la mano y la observó unos segundos,
mientras Luna seguía tratando de adivinar algo, un gesto, una palabra. Lo
encontraba vulnerable, casi podía verlo corriendo, escondiéndose en un cuarto
oscuro lleno de fantasmas. Escondiéndose de ella. Y en lugar de buscarlo, lo
volvió a besar. Su respuesta dijo que era lo que necesitaba-. Vamos arriba.
Lo siguió.
Una vez en la habitación, Luna
pensó que el “me acabo de despertar” era una mentira más grande que la
intensidad de su amor. La cama sí estaba desordenada, pero no tenía el aspecto
que tendría si él hubiera estado durmiendo plácidamente durante más de doce
horas. Estaba desordenada, la sábana colgando a un costado, rozando el piso, la
almohada violentamente aplastada contra la pared. En un rincón, perdido entre
ropa y una computadora, estaba el teclado enchufado, el cual seguramente había
quedado abandonado antes de que sonara el CD que escuchaba en ese momento.
Lento, dulce, cálido y en un volumen no tan alto, algo de Spinetta perfumaba la
habitación. Paul terminó de agregar magia cuando pasó al lado de ella y se tiró
en la cama, la vista fija en el techo. Eso era lo que había estado haciendo
antes de que ella llegara, y lo que seguramente había hecho durante toda la
noche. Simplemente yacer ahí, llenando su cabeza de música y pensamientos
extraordinarios, con los mismos pantalones rotos y una simple remera negra, que
formaba parte de un armario no tan lleno de ropa, de alguien a quien no le
interesaba demasiado su aspecto. Y ahora quería que ella escuchara esos
pensamientos. Estaba segura, como estuvo segura de que había estado esperando
un mensaje como ese, que la llenara de nervios y ansiedad.
-¿Qué pasa? –preguntó mientras se
sentaba a su lado. Él apoyó su cabeza sobre las rodillas de ella y se dejó
abrazar. La luz de la ventana destacaba la noche sin dormir en su rostro, en
sus ojos.
-Tengo un problema, desde hace
bastante tiempo –contestó rápido y con naturalidad. Claro, porque era algo
simple que ella ya sabía. “¿Por qué tardaste tanto en querer tener ésta charla
conmigo, Paul?”, habría preguntado. Pero cuestionarlo no servía de nada en ese
momento, y menos si lo veía en ese estado. No en mal estado, sino en un estado
extraño. –Tengo que contártelo. Es decir, es necesario, porque creo que
necesito ayuda.
-Voy a hacer lo que pueda
–contestó finalmente. –Pero no me gusta verte así.
Él sonrió. Una auténtica sonrisa,
del estilo Paul. Amaba verlo sonreír, porque su sonrisa encerraba toda su
personalidad. Él odiaba ese gesto, y sin embargo, no podía evitarlo; cada vez
que tenía que sonreír, parecía ocultar la sonrisa de él mismo. Era un secreto,
casi algo que le daba vergüenza. Ahí estaba la naturaleza de su ser, en una
sonrisa, tímida, pequeña, hermosa. Oculta, como él y su vida; abierta sólo a
pocas personas, como ella.
Esa misma sonrisa se acercó a Luna
y cuando se dio cuenta, ya no estaba recostado con la cabeza en sus rodillas,
sino que la abrazaba fuertemente. ¿Cómo podía alguien hacer que un día tan gris
y frío fuese tan maravilloso? Por un segundo, se olvidó que había llegado ahí
casi corriendo, preocupada, y se olvidó que él no había dormido, que hacía una
semana que no iba a la escuela; se dejó besar mientras el bajo lejano de la música
marcaba el ritmo de su corazón. Como un sueño. O como el sueño que después
viviría.
Pero Paul no estaba bien, ¿no?
-Necesito llevarte conmigo a un
lugar… Pero es peligroso y si te lo explico antes no vas a creerme –murmuró con
el rostro hundido en su cuello, rozándole la piel con los labios, provocándole
escalofríos (y más tarde se daría cuenta que no estaba segura de haberse
estremecido por el contacto, porque bien podría haber sido por lo que él le
estaba diciendo y la forma en la que
lo hacía). Después soltó una risita. –O vas a pensar que estoy loco, aunque
puede que sea verdad.
-Creo que es mejor resolver eso
antes que hacer cualquier otra cosa, entonces –le contestó sonriendo,
separándose un poco.
Paul se acostó de vuelta,
acomodando la almohada, y ella se acomodó a su lado, sin abrazarlo,
observándolo. Él se giró hacia ella también, y sí la rodeó con su brazo.
Pensaba que tal vez era mucho
menos grave que lo que había creído. Paul solía escribir mucho, y si bien nunca
había necesitado ayuda para terminar una historia, siempre había una primera
vez para todo. Lo que Luna verdaderamente temía era que sus ideas pudiesen
jugarle una mala pasada. Que lo absorbieran o que él se dejara absorber por
ellas.
-Mejor si te acomodaste, vamos a
tener que dormir –dijo con una seriedad casi inapropiada para la indicación que
le estaba dando.
-¿No era que tenías que llevarme
a algún lado? –preguntó con un poco de escepticismo. ¿Qué podía esperar de él?
Todo. Y “todo” es un concepto bastante amplio.
-Sí, pero también te dije que si
te lo explicaba, no me ibas a creer –le recordó. Luna asintió. –Y ahora vamos a
empezar, pero mirame y acordate de lo que te digo ahora: Cuando lleguemos,
búscame, gritá mi nombre. Y cuando quieras volver, vamos a volver, pero una vez
que me encuentres, no te separes de mí, por más de que yo me vea un poco… raro.
¿Está claro?
-Clarísimo –contestó cada vez más
extrañada. Abrió la boca para decir algo más, pero él la calló.
-Mirame, a mí. A los ojos –le
pidió. Después de unos segundos se sonrió un poco. –Espero no espantarte.
-Voy a estar acá, no me vas a
espantar muy fácil –repuso sin dejar de mirarlo. Creyó que él iba a hacer algún
comentario sarcástico al respecto, pero claramente se contuvo.
Después, fue imposible dejar de mirarlo,
y tampoco pudo volver a decir ni una palabra. Observaba sus ojos profundos, celestes,
un océano en el que podría flotar para siempre. Estiraban con fuerza de su
voluntad, consumían su razón y el control de su mente. De repente sentía que
estaba siendo arrastrada a un sueño, y el sueño eran esos ojos, o el sueño era
él. Sintió que caía en esa profundidad asombrosa, que caía de verdad, pues su
cuerpo había abandonado la cama, y entonces sólo sentía el brazo de Paul
pesando sobre su cintura. Aquel color divino tiñó todo el universo, como si sus
ojos fueran eternos, y entonces se sintió fría, húmeda, aplastada, en todo el
cuerpo. Se metió en aquellos ojos hasta que fue parte de esos tonos azules, y
su cuerpo abandonó la habitación de Paul, y lo abandonó a él. El azul se
convirtió en negro, y entonces…
Estaba flotando. Algo le dijo que
abra los ojos, y así lo hizo. Volvió a verse envuelta de azul, pero ahora
entendía lo que sucedía. Estaba literalmente flotando en unas aguas
interminables, y eso explicaba el frío y la humedad. No veía el fin de aquel
océano. No veía nada más que no sea aquel color celeste distorsionado, tan
intenso… que casi parecía cambiar en miles de colores diferentes antes de
volver a ser lo que era, celeste. No estaba respirando, y recién cuando se dio
cuenta de esto, comenzó a luchar por hacerlo. Miró hacia todos lados, y miró
hacia abajo. Allí sólo veía la oscura eternidad. Y miró arriba, donde veía luz.
Comenzó a ahogarse.
Nunca había ido a clases de
natación, pero creía tener idea de cómo tratar de flotar. Sólo que en ese
momento estaba perdida, desorientada, y no lo estaba logrando. Iba a morir
allí, y ni siquiera había tenido tiempo de recordar que antes de caer ahí,
había estado recostada en la cama de su novio.
El azul profundo desaparecía, y
todo se llenaba de luz, pero todavía no lo conseguía. Llegó a pensar que en
realidad no le interesaba salir sólo para poder respirar. Quería llegar a la
superficie porque comenzaba a ser consciente de que estaba en un lugar
desconocido, y después de todo, ¿qué había allí? ¿Cómo había llegado a ese
lugar? Quería verlo, porque sabía que iba a ser hermoso. No estaba segura
porqué. Todo era tan onírico…
Una mano alcanzó la suya y tiró
de ella con tal fuerza que salió volando hacia la superficie. Cuando pudo
respirar, casi lo hizo a gritos. No estaba muy segura cómo, pero estaba en una
playa, como si no hubiera existido una profundidad segundos antes. Cayó en la
arena escupiendo agua, medio llorando. Levantó la vista unos segundos y llegó a
ver que la playa terminaba unos cincuenta metros más allá de donde estaba ella,
y después comenzaba un bosque. No llegó a ver mucho más, ya que después cayó
sobre su brazo y perdió el conocimiento.
***
No estaba segura del tiempo que
había permanecido desmayada. Parecían veinte años, pero se despertó tan
repentinamente que creyó que no había tenido tiempo de dejarse caer. Sonaba un
ensordecedor ruido de tambores en todos lados, parecía estar en todos lados. Y
ella no veía a nadie que lo provocara. Trató de taparse los oídos con las
manos, pero no parecía haber diferencia. Gritó. Se acordó de Paul y gritó su
nombre. Gritó hasta que comenzó a dolerle la garganta también.
Y de repente, silencio.
Escuchó su propia voz varios
segundos después de que el ruido se apagara. Y en ese momento ya estaba
derramando lágrimas otra vez. Se puso de pie, y entonces observó el lugar en el
que se encontraba, casi para volverse a desmayar. Sus pies todavía eran bañados
por el lago del cual había salido, que parecía mucho más chico ahora que ella estaba
afuera, en la orilla. A lo lejos seguía sonando algún instrumento, aunque éste
casi ni se oía. Era un órgano que silbaba una melodía sincopada y tétrica. Más
tarde, se le sumó un contrabajo. Ambos instrumentos calzaban muy bien con el
resto del lugar, una especie de jungla multicolor que rodeaba el lago y todo lo
que había más allá. El cielo parecía ser de un color violáceo, completamente
despejado, y ante ella, el lago parecía un espejo infinito. En el aire, volaban
miles de insectos que bien podían ser luciérnagas, aunque nunca había visto que
brillaran de tantos colores, pues los había verdes, rojos, violetas, amarillos…
Y casi colores que ella no conocía. Mirar el bosque, la selva, o lo que sea, a
sus espaldas, le daba escalofríos, y estaba segura de que no quería meterse
allí. Cuando vio la luna en el cielo, tampoco estuvo segura de querer quedarse
junto al lago. Brillaba como un ojo azul dibujado en un manto violeta, como…
-Los ojos de Paul –murmuró, y
recordó lo que él le había indicado. Tenía que encontrarlo, tenía que gritar su
nombre otra vez hasta encontrarlo. -¡PAUL!
Silencio.
A lo lejos, comenzaron a estallar
unas luces extrañas, como el flash de muchas cámaras fotográficas. Sólo que no
había ningún fotógrafo, y Luna comenzaba a dudar de la existencia de alguna
otra persona en aquel lugar. Algún animal salió del lago y cruzó corriendo el
tramo que lo separaba del bosque, y se perdió en él, a la velocidad de las
luces que centellaban más allá. Luna comenzó a temblar, y miró en derredor. Volvió
a gritar el nombre de Paul, histérica.
-Podría crecer en los manantiales, o en los más áridos desiertos…
Era la voz de un niño, que
cantaba quién sabe dónde. No acompañaba la música que sonaba aún más lejos. No,
ésta voz estaba sola, entonando una especie de canción infantil, o tal vez sólo
sonaba así debido al timbre de voz, inocente, pequeño, como una hormiga.
-¡Paul, dónde estás! –gritó otra
vez. La voz del niño se detuvo durante unos segundos. Después comenzó a
tararear otra vez.
-Pero crece aquí, junto al lago, la luna y algunos otros secretos…
Luna se alejó lo más posible del
agua, temblando ya que todavía estaba bastante húmeda. No hacía frío (el
invierno de Buenos Aires claramente estaba muy lejos de aquel lugar), pero
temblaba, de miedo, de confusión, porque hacía dos segundos estaba acurrucada
junto a alguien que creía conocer, y ahora estaba sola, en un mundo donde
parecía que siempre iba a estar sola. Sola, escuchando tararear a un niño, con
un par de instrumentos extraños más allá, rodeada de luces que podrían haber
sido hermosas, que podrían haber sido un maravilloso invento de Paul…
Entonces lo recordó. Levantó la
vista y volvió a observar todo nuevamente. Estaba aterrada, confundida,
perdida… Pero claramente todo eso lo había visto antes. Se puso de pie y se
acercó al lago otra vez. Se llamaba Lago de las Canciones, y los insectos que
flotaban encima de él no eran luciérnagas, sino una variación que no tenía
nombre, pero que tampoco eran del todo seres vivos. Lo sabía, porque todo eso podía
provenir de una sola mente. De la mente de Paul.
-¡PAUL, ENCONTRAME AHORA, POR
FAVOR, PAUL! –volvió a aullar, conteniendo el llanto. Ahora estaba segura de
que él aparecería en cualquier momento.
Y así fue.
-¿Hola? –oyó una vocecita a sus
espaldas.
Se giró sobresaltada, sin ver a
nadie al principio, y descubriendo un ser casi diminuto al bajar la vista. Era
un niño que no podía tener más de seis años quien la observaba con curiosidad.
Lo reconoció al instante. Los ojos azules eran grandes en su pequeña y pálida
carita cubierta de pelo casi negro, cubierta también por el pulóver gigante que
no dejaba ver sus manos. Tenía unos pantalones marrones sueltos que también
parecían grandes para él, y apenas se podían ver la punta de sus zapatillas
sucias. No parecía para nada un niño que se hubiera perdido, no estaba ni
asustado, ni confundido, ni muerto de hambre. Luna estaba viendo a un Paul de
cinco años, perfectamente cómodo en el mundo que él mismo había creado, rodeado
de infinitas luces de colores, con el bosque de plantas multicolores de fondo,
escuchando una música horriblemente psicodélica.
-Paul…
El chico sonrió. Era la sonrisa
más feliz que le había visto en la vida.
-¡Qué bien que te pude encontrar
por fin! –exclamó saltando hacia ella y rodeándola con sus brazos.
-Pará, Paul, ¿de verdad sos vos?
¿Qué es este lugar? Yo no… No entiendo absolutamente nada –dijo separándolo un
poco para mirarlo a los ojos. Se desesperó un poco al darse cuenta de que el
niño no parecía tener una respuesta a las preguntas. Después de unos segundos,
su mirada se llenó de entendimiento.
-Vení, voy a tratar de explicarte
lo que pueda, pero tenemos que correr. Estaba esperándote porque necesito que
me ayudes, y ahora lo entiendo todo un poco mejor.
Antes de que ella pueda decir
nada, Paul la agarró de la mano y corrió bordeando el lago, por donde había
venido. Luna lo siguió, tratando de volver a dirigir una mirada a sus espaldas,
pero sin conseguirlo. Sentía que los flashes seguían disparándose en algún
lugar, pero no los veía directamente.
Él la llevó a una especie de casa
del árbol, oculta en la entrada del bosque. Estaba tan cubierta de plantas que
Luna no la vio hasta que estuvo ante la puerta. Entró tras el niño y cerró la
puerta cuando él se lo ordenó. Después de eso, él sacó un frasco con varios
bichos del lago y lo puso en una mesa que casi ocupaba toda la habitación. Luna
se sentó en el piso rápidamente, ya que su cabeza chocaba con el techo. Esperó
observándolo ordenar algunas cosas, convencida de que sí era Paul. Sólo él
podía ponerse a ordenar cosas en los momentos menos indicados.
-No sé en qué estaba pensando
cuando te traje acá –confesó de repente, casi inaudible. Luna no contestó.
–Perdón.
-Primero explícame algo y después
vemos si me pedís perdón o no –repuso ella, con un poco de mal humor. –Paul,
mírate. ¿Cuántos años tenés? ¿Cinco? No entiendo cómo puede pasar esto, ¿qué
sos o qué es este lugar?
-Sí, tengo cinco años. Al menos
ésta parte de mí –contestó. Se detuvo a pensar durante unos segundos y después
continuó. –Mirá, lo que sé es que no puedo explicarte demasiado ahora. La
persona que vos conocés, es Paul, pero seguramente es mayor que lo que soy
ahora. ¿Cuántos años tengo en tu Cuando?
-Diecisiete –contestó Luna.
–Entonces, ¿esto es tu pasado?
-Wow… Diecisiete años. ¡Te conocí
a los diecisiete años! No es justo, falta mucho…
-En realidad, me conociste a los
quince años. Tardaste un poco en contarme que podés viajar a un pasado bastante
raro –explicó.
-Ah, pero es que esto no es el
pasado. No es mi pasado –corrigió el niño. –Ésta es mi imaginación, Chica de
Rojo.
Luna pestañeó y lo observó, como
si de repente hubiera hablado en un idioma diferente. Soltó una risita
nerviosa.
-Primero, me llamo Luna.
-Qué lindo nombre. ¿Qué sos mío?
Tenés que ser muy importante como para que haya querido contarte esto…
-Pará, déjame hacer preguntas a
mí también, pendejo –lo calló, y el niño le dirigió una mirada de reproche-.
Segundo… Lo que me decís es imposible.
-¿Para eso me hacés callar? No es
imposible, estás acá después de todo, ¿no? ¿Acaso es más posible viajar al
pasado que meterse en la imaginación de alguien? –inquirió juguetonamente. Paul
estaba jugando, nada más. Esa persona que tenía en frente de verdad era el niño
del adolescente que ella conocía; estaba jugando, divirtiéndose, y tal vez no
era eso lo que el Paul de diecisiete años quería que pase.
-Tenés razón –dijo igualmente.
-Todas éstas cosas las inventé yo
–dijo orgulloso. –Incluso estos bichos que son nuestra luz ahora. Claro que en
realidad las inventé en distintos momentos de mi vida. Recuerdo haber inventado
las nubes de crema cuando tenía tres años, pero todavía no sabía escribir, así
que no hay demasiadas, porque cuando comencé a hacerlo (no hace mucho) ya no me
atrapaban tanto.
-Entonces en este mundo están
todas las cosas que creaste para tus historias, ¿es así?
-Algo así –contestó él. Su rostro
se ensombreció un poco. –Hay cosas malas también… Cosas que yo no quería crear.
Pero no lo puedo controlar. Acá están todas las cosas que creé y que voy a
crear. Yo mismo soy una creación de la persona que vos conocés. Él, el Paul de
diecisiete años, no puede venir a éste mundo de otra forma, porque sino… Podría
conocer cosas de su futuro. Cosas que va a imaginar en base a lo que vaya a
vivir en el futuro.
“Yo no soy del todo real. Soy la infancia de Paul, más precisamente, el momento en el que él comenzó a escribir, pero ya no soy más que eso. Cuando aparecí, él supo de mi existencia y yo de la de él, pero… Ninguno de los dos puede ver a los Paul del futuro. Creemos que ya existen, pero no estamos seguros.
“Yo no soy del todo real. Soy la infancia de Paul, más precisamente, el momento en el que él comenzó a escribir, pero ya no soy más que eso. Cuando aparecí, él supo de mi existencia y yo de la de él, pero… Ninguno de los dos puede ver a los Paul del futuro. Creemos que ya existen, pero no estamos seguros.
-¿Y en qué se basan para creer
que es así?
El niño abrió el frasco, sacó un
insecto y se puso a jugar con él. El animal no parecía sufrir ni resistirse,
sino todo lo contrario: parecía gustarle que Paul lo deje ir y lo retenga, que
lo deje caminar sobre su cabeza o meterse dentro de su ropa.
-Vi cosas… -comenzó a decir
cuando ya parecía que no iba a contestar. –Creo que por eso él te pidió que
vengas. Son monstruos extraños, que yo nunca imaginé y él tampoco. Creemos que
pueden haber surgido de algún futuro no tan bueno de nosotros. Y de cualquier
forma, esto no define algún tipo de destino o algo así (eso me lo explicó Paul
cuando tenía doce años). No hay una seguridad de que algo así exista, porque
todo lo que existe acá, se fue creando a medida que Paul fue… viviendo. Pero
esas cosas son tan… tan… Tan propias de nosotros.
Luna asintió. No entendía cómo
estaba aceptando todo con esa naturalidad. No quedaba más que aceptar lo que
era, y la verdad no era más que esa. Ella podía meterse en los registros de la
imaginación de Paul, y no tenía idea cómo era que existía, pero era real.
-Luna –dijo el niño, sonriendo.
Después la miró, y ella le sonrió, haciéndolo sonrojar. Aquel Paul infantil
también se sentía atraído por ella, pero no podía disimularlo tan bien como lo
había hecho Paul cuando se conocieron. –Yo te conozco desde hace bastante.
-¿En serio?
-Sí… Pero nunca supe tu nombre,
hasta ahora –contestó volviendo a guardar el bicho en el frasco. –Te veía
siempre, lejos, y no llegaba a verte bien la cara. Vos formás parte de nuestra
imaginación desde antes de que Paul te conozca en la vida real. Y por eso… Creo
que los monstruos van a ser reales. Vos te filtraste, yo a los cinco años no
tendría que haberte conocido. Pero pasó.
Pasó. Luna lo entendía todo,
comenzaba a entenderlo al menos, pero no se imaginaba en qué podía ayudar a
Paul. Había leído todo lo que él había escrito, incluso las cosas que habían
quedado inconclusas y que no había publicado en su blog. Cada borrador, cada
poema perdido, incluso cartas que le había escrito a ella y que a último
momento había decidido no entregar. A la larga, las había recibido. Y sin
embargo, se encontraba en un mundo diferente, con una persona diferente, e
incluso se encontraba ante la posibilidad de enfrentarse al futuro de él, un
hombre que todavía no conocía. ¿Qué podía hacer ella en todo eso?
-Si Paul te trajo acá, debés ser
muy importante para él. Y nos vas a ayudar –dijo el niño, como si le hubiera
leído el pensamiento. Se arrodilló con entusiasmo y volvió a sonreír. –Entiendo
que Paul te haya traído en un día tranquilo, para que podamos hablar bien. Vos
vas a ser nuestra forma de comunicarnos con el exterior, seguro nos vamos a
enterar de muchas cosas con tu ayuda.
-Espero que así sea –le dijo
soltando un suspiro. –Pero ahora me gustaría volver a casa, me parece.
-Está bien –aceptó él, aunque no
parecía tener muchas ganas de dejarla ir. Luna sonrió y le dio un beso en la
mejilla.
-Voy a volver con vos, no te
preocupes.
Paul sonrió. Con la típica
sonrisa de Paul. La abrazó y se acurrucó a su lado, apoyando la cabeza en sus
piernas otra vez. Se dejó abrazar, arropar, como el niño que era. Luna se
acostó también, de repente muerta de sueño.
-Si no te dormís, mejor, así
después no pensás que fue todo un sueño –le dijo él, casi en un susurro.
-No sé si voy a lograrlo…
Comenzaba a soñar. El viento se
había levantado afuera y el lago comenzaba a violentarse. Vio a Paul levantarse
y abrir el frasco luminoso una vez más. Sacó un bicho y después volvió junto a
ella.
-Agarralo y guárdalo. Cuando
llegues, te vas a dar cuenta que todo esto es tan real como el mundo de allá.
-Paul, a veces a mí todos los
mundos me parecen un sueño…
Lo vio sonreír, infantil, tan
pequeño. Después se durmió sin soñar.
***
Cuando se despertó, Paul dormía
profundamente a su lado. Apresurada, buscó su celular. Tenía varios mensajes de
su madre. Eran las tres de la madrugada.
-No era un sueño –murmuró,
sintiendo que se le asomaban lágrimas a los ojos. Después se sacudió la ropa, y
sintió un cosquilleo en el cuerpo hasta que se sacó el insecto que un Paul de
cinco años le había dado antes de dormir. Era azul. Lo tuvo en sus manos un
rato, y después lo dejó ir. –No era un sueño.
A su lado, Paul se movió. Volvía
a tener diecisiete años, y parecía haber logrado conciliar el sueño que hacía
varias noches no lograba. Volvió a acostarse junto a él, y derramó algunas
lágrimas al cerrar los ojos, sorprendida ante una verdad tan grande. No quería
despertarlo, pero si él no la abrazaba, sentía que iba a volverse loca. O tal
vez ya lo estaba…
-Perdón, Luna –dijo él de
repente, y cuando abrió los ojos, él le secó las lágrimas. –Perdón por no
haberte dicho antes.
-No tenés que pedirme perdón…
Sólo que tuve mucho miedo, y fue todo tan raro…
-Ya sé.
No iba a decir mucho más, y Luna
lo sabía. Paul no siempre podía decir mucho sobre lo que pasaba en la cabeza.
Así que le dio un beso y trató de controlarse. De aceptar sin quejarse de nada.
-¿Me vas a ayudar? –le preguntó
después de un rato. En la oscuridad, Luna lo miró a los ojos. Y asintió.
-Voy a hacer lo que pueda.
Él sonrió y volvió a besarla, más
intensamente. Su cara se encontraba diez veces más descansada que antes de
hacer aquel viaje, y casi podía ver al niño de cinco años que la había recibido
en el otro mundo. A ambos los amaba. Iba a hacer lo posible para ayudarlo,
porque amaba a Paul, y él la amaba a ella. En la oscuridad, el contacto la hizo
estremecer nuevamente.
-Paul –se atrevió a interrumpir
mientras acariciaba su cuello-, ¿va a ser peligroso?
Él permaneció quieto unos
segundos y después le dio un beso en la punta de la nariz.
-Sí, va a ser peligroso –confesó
mirándola fijamente.
Luna asintió. Lo observó unos
segundos más, y después volvió a besarlo.
oh, me gustó <3 El mundo de little paul me lo imaginaba así como acuarelado y de cartulinas y cosos así y era lindi :B y mujer, me diste ganas de leer cortázar x'D en fin, avisa en el foro cuando subas más, para no olvidarme :D <3
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