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24 feb 2009

Historia de un camino a la nada.


Después de toda una vida de miserias y aguantar lo que, para mí, ninguna otra persona hubiera aguantado, acá estoy. Miro hacia delante, hacia el vacío que habita en mi oscuro pasillo, por donde hubiera estado corriendo llena de felicidad teniendo tan solo dos años, junto a los que más amaba, los que pensaba que allí estarían para siempre… De hecho, ni siquiera sé si lo pensaba; la inocencia a veces es muy hermosa.

Después, al girar hacia la izquierda, se me hace fácil imaginarme a mis padres, sentados juntos y conversando. Ella, mi madre, lo miraba con tanta ternura y admiración, parecía que cada vez que lo observaba hablar le hubiera gustado gritar que estaba orgullosa de ser su esposa, de tenerlo a su lado junto con tres hermosos hijos. Él, tan serio y con una figura que se hacía respetar, aún así le hablaba de la mejor manera que podía, como si no quisiera cometer ningún error que cause la pérdida de la mujer que más amaba en el mundo, esa que le había dado tres hijos adorables, y la que lo había bajado de aquella nube de superioridad. Lo había echo vivir nuevamente; cuando ella llegó, había aprendido a vivir. Y allí estaban juntos, muchos años después entendí que estaban preocupados, por una especie de guerra que me habían explicado, pero de una manera tan fría y brusca que no lo había entendido.

¿Comunismo? ¿Capitalismo? ¿Qué era eso para mí? ¿Por qué mis padres se preocupaban por todas esas cosas? Nosotros éramos una familia feliz, y esos señores que hacían que mucha gente sufra no tenían derecho a venir y arruinar las cosas. Mamá decía que muchas familias habían sido separadas, que la señora que vivía al lado de nuestra casa nunca había vuelto a ver a su hermana. ¿Por qué me lo decía? A nosotros no nos iba a pasar lo mismo. Los veía a mis hermanos… Ellos no me iban a abandonar. John y William no se irían nunca hasta la mayoría de edad, mi abuela lo decía siempre.

Aunque John ya estaba cerca. Era bastante mayor, y nunca estaba en casa. Siempre se iba por ahí, y cuando llegaba, discutía con mi madre. Ella le decía que no podía irse así, no en esas circunstancias. Me apenaba, la veía llorar, y también me hacía enojar, porque él le gritaba y no la escuchaba. Ya tenía entonces casi ocho años, y siempre que los veía discutir, la mayoría de las veces no lo soportaba… Me acercaba corriendo y le pegaba a John, aunque parecía no hacerle ningún daño. Salía corriendo de la habitación y me iba con William, mi mellizo. Él tampoco entendía mucho, pero al ser muy inteligente, siempre pensaba que lo que pasaba era muy grave como para que nuestra familia esté en esa situación. Me abrazaba y me secaba las lágrimas, ¡qué bueno era mi hermanito conmigo! Lo menos que podía hacer para recompensarlo era sonreír, por más difícil que me resulte, lo hacía, y él se sentía mejor.

Una vez íbamos en el auto de mi padre a un parque de por ahí cerca. Parecía que no había conducido nada, y ya tuvimos que doblar porque más adelante no había camino. Miré por la ventana y divisé el río. Yo quería ir allí, pero mi madre dijo que no… Parecía que no quería que haga demasiadas preguntas, y mucho menos sobre aquel lugar. Le pregunté entonces a mi hermano mayor, él siempre me contestaba todo, aunque de una manera algo fría, era chica y lo explicaba como si fuera una persona mayor. Me dijo que más allá del río comenzaba el Berlín Oriental, que no podíamos ir allí. Cuando le pregunté por qué no podíamos, me respondió que estaba el Muro para impedirlo, que nos separaba porque éramos distintos a los del otro lado. Eso me molestó. ¿Acaso no teníamos derecho a vivir todos juntos sin importar diferencias? Además no creía que fuéramos todos tan distintos; vivíamos en la misma ciudad, según lo que entendía, el mismo país, ¿qué tan distinto podíamos tener?

Mis padres seguían preocupados varios años después. Cada vez que recibían llamadas extrañas y había invitados en casa, preferían cortar el teléfono y llamar después. Un día, me encontraba sola con mi hermano en casa. Jugábamos juntos, y de repente sonó el teléfono, por lo que corrí a atender rápidamente. Me habló una mujer, muy amablemente, y me dijo que era mi tía. No la conocía, ¿de dónde había salido esa mujer? Me dijo que era la hermana de mi padre, y pidió hablar con él. Expliqué que no estaban, aún así algo confundida, entonces ella me dijo que simplemente diga que “iba a estar en el lugar arreglado a las once de la noche”. Corté y le conté todo a mi hermano, que estaba tan confundido como yo. Esperamos entonces.

Las ocho… las nueve… las diez, y ni mis padres ni mi hermano mayor llegaban. Cerca de las diez y media se abrió la puerta y entró mi hermano completamente furioso, seguido por mi padre que también lo estaba, y por último mi madre, que le gritaba llorando como nunca antes la había visto llorar. “No me importa que sea del otro lado, porque si ustedes tienen contacto con esa mujer, yo también tengo el mismo derecho”, fue lo que dijo John, lo había visto llorar por primera vez en mi vida. Se seguían gritando, iban a ser las once, y se escuchó el ruido de la mano de mi padre impactar la cara de mi hermano. William y yo estábamos en nuestra habitación, él me abrazaba y yo lloraba, cada vez que los gritos aumentaban lo aferraba con más fuerza a mí. Un rato después, entró John y comenzó a sacar todas las cosas de su armario. Guardó toda su ropa, y sin importarle que nosotros dos lo observábamos, se marchó, con su cara colorada de la ira, aunque una mejilla con un poco más de color debido al golpe que le había dado mi padre. Al escuchar el portazo, nos asomamos para ver hacia el pasillo, y mi madre estaba arrodillada en el piso, sollozando terriblemente, y mi padre se había ido a la cocina, donde había tomado asiento y cubría su cara con ambas manos.

William me dejó, lo vi enojado, y se acercó a mi padre. Le avisó que había llamado esa mujer, mi “tía”, y le dijo lo que ella me había pedido. En ese momento, él se puso pálido y se levantó de un salto. Se acercó a mi madre, que lloraba ya con menos intensidad, la tomó del rostro y murmuró algo; yo observaba todo desde la habitación. Ella parecía algo aturdida, pero se levantó e intentó secar sus lágrimas. Se acercó mi padre otra vez y le dijo algo a William, él asintió y luego salió afuera. Mientras mi madre iba a buscar un abrigo, mi hermano se acercó a mí y me dijo que se irían a buscar a esa mujer. Después de pensarlo unos segundos, tomé de la mano a mi hermano y corrimos detrás de mi padre. Lo vimos que esperaba en el auto, y como mi madre tardaba, salió a buscarla otra vez. Ahí aprovechamos y nos metimos por la puerta de atrás, ocultándonos justo cuando salían nuevamente.

Ellos hablaban, pero parecía que estábamos tan concentrados en hacer silencio nosotros dos, que no oía nada. Tampoco podía ver a dónde nos dirigíamos, estábamos agachados y no podíamos arriesgarnos a que nos encuentren. Un rato después nos detuvimos y ellos bajaron rápidamente. Fue ahí recién cuando asomamos nuestras cabezas. Estábamos frente a un muro, que al mirar hacia los costados parecía interminable. La noche era oscura y hacía muchísimo frío, por donde miraba parecía que era solo oscuridad. De repente y sin previo aviso, se vio una luz, que indicó que se acercaba alguien. A lo lejos, unos hombres armados se acercaron con linternas, y sin preguntar ni esperar explicaciones, dispararon. Mi madre gritaba que se detengan, “¡somos de acá!”, decía desesperada, pero ya mi padre estaba en el suelo y había recibido varios disparos. Salí del auto sin dudarlo más, mi hermano había intentado detenerme pero no lo logró, cayó y quedó en el suelo mirando todo. Mi madre me vio y se quedó paralizada, no le hice caso, me tiré sobre mi padre y comencé a llorar. Ya era tarde, estaba muerto, y lo único que supe hacer era llorar.

Después de eso, exigí explicaciones. Quién era esa mujer; qué intentaban hacer aquella noche; por qué ese Muro dividía la ciudad en dos; y por qué le habían disparado a mi padre. Mi madre lo explicó de la manera más fría y cruel que me había hablado alguna vez. Me dijo que esos tipos eran del gobierno, que mataban a todos los que intentaban cruzar del Berlín Oriental hacia el Berlín Occidental, y que nunca debieron haber intentado hacer que mi tía cruce. Ella cambió completamente después de la muerte de mi padre. A los diez años, la veía con suerte antes de acostarme, trabajaba todo el día y cuando estaba no quería estar con William y yo. Así llegué a la adolescencia, ignorada por ella, y cuando mi hermano me hablaba tampoco era como antes. Él había comenzado a tener sus amigos, que no me agradaban, y yo comencé a tener a mis propios amigos también.

Cuanto más crecía, más odiaba estar en aquel lugar. Había logrado entender todo ese asunto del Muro de Berlín, y mi tía había querido cruzarlo aquella noche. La odiaba con todo mí ser, por hipócrita, por traidora, porque por culpa de ella mi familia se había disuelto. Mi padre había muerto y mi hermano se había ido de casa. A propósito, de John supe cuando tenía 16 años. Le llegó la noticia a mi madre de que lo habían matado, los mismos guardias que habían matado a mi padre. Pero John había muerto protestando, junto con otros jóvenes como él, lo creí bastante entrometido, pero por un motivo justo. De todas maneras, no me causó pena, no me importó, y eso fue lo que me asustó de mí misma, porque era de mi sangre, lo había amado tanto, y al momento de su muerte, no lo había llorado.

Ya hace un par de días, mi hermano William llegó con dos pasajes hacia América. Lo dudé unos segundos, pero ese día a la noche, mi madre llegó con un tipo a casa, se metió en su habitación y al otro día se marchó, quién sabe si volverá a aparecer por aquí. A los 19 años de edad, tengo las maletas echas aquí a mi lado. Mi hermano está despidiéndose de sus amigos, me alegra saber que a pesar de haber tenido amistades nuevas, todavía se acuerda de mí y todo lo que vivimos juntos. Me levanté de mi cama, donde estaba sentada, y le eché un último vistazo a mi habitación. Había una cama doble, donde abajo dormía William y arriba había dormido John hacía muchos años; más allá, casi al lado, estaba mi cama, cubierta por una manta muy vieja de color bordó, algo apolillado en los pies, por lo que en invierno siempre tenía que poner algo más para cubrirlos. Y al lado de la ventana que daba a la calle, estaba el gran armario que se encontraba ya vacío. Se había ido vaciando de a poco… Primero desapareció la ropa de John, luego la de mi mellizo, y por último, mi propia ropa. Saqué de mi bolsillo un sobre con un sello rojo que impedía que se abra, levanté mi bolso y caminé hacia la cocina. Como la ropa y todas las demás cosas de mi madre seguían allí, supuse que algún día volvería, así que con mi hermano le escribimos una carta, la cual dejé sobre la mesa al lado de una rosa roja.

Esa fue la última vez que observé mi hogar con atención… Las paredes estaban llenas de humedad en las esquinas, algunas de las tablas del suelo rechinaban, la puerta del baño se iba a venir abajo en cualquier momento… Alguien que la hubiera visto se hubiera preguntado si realmente vivía alguien allí. Abrí la puerta y delante de mí llegaba mi hermano con un taxi. Sonrió tristemente al verme y abrió la puerta del vehículo. Cerré la puerta de mi casa y me acerqué a él, me dijo que estaba hermosa. Era raro oír eso, la última persona que me lo había dicho era mi padre. Luego simplemente nos dirigimos hacia el aeropuerto.

Al mirar hacia atrás, veía toda aquella vida destruida por la maldita situación del país. Luego recordaba lo que había pensado cuando era pequeña… Sí, aquellas palabras que no entendía habían arruinado nuestros futuros, y al escapar de Alemania lo único que esperaba, era cambiar el rumbo que en aquel momento tenía mi vida… Un camino a la nada.

Ese cuento lo escribí ayer, estuve demasiado inspirada y salió con bastante rapidez, y sobre un tema que realmente me interesa mucho y estuvo bueno verlo este año en la escuela aunque ya lo conocía de antes (?) xD Naa, en serio, solo espero que no haya quedado muy mierda la historia, y mi inspiración? Una novela de Klaus Kordon, que está muy buena, pero es muy distinta a esta xdd! Lo único que tiene de parecido es que se situa en Alemania, la misma época, y trata de dos pibitos (uno de cada lado del Muro) que se hacen amigos y eso... pero nadie muere xD En fin, me encantan ese tipo de historias, que son mentira pero tienen algo de realidad (?) xD Ya, eso, me despido de una vez (:

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