Welcome to Paradise

Página en construcción. Estará lista cuando la paja no le gane a la editora/escritora (o cuando photoshop se porte bien).
Si alguien sabe cosas que empiecen con la letra M, comente acá!

8 jul 2010

She Came In Through The Bathroom Window

Porque todo en mi vida había sido, desde el principio, completamente normal, ya estaba cansado. Mi infancia se estaba alejando cada vez más y más, y yo sólo era un espectador de la patética y redundante película que se presentaba ante mis ojos. A veces participaba... Pero generalmente, las cosas que yo decía o hacía no influían demasiado (en realidad, absolutamente nada) en la vida de las otras personas. Excepto la de mis padres, por supuesto. Porque es obvio, yo había sido el primero, su hijo, y había sido un cambio rotundo en sus vidas. Hasta el fin de sus días iba a estar, supuestamente. Y es por ésto, que con el tiempo el papel de hijo dejaba de tomar importancia para mí. Ya iba a cumplir diecisiete años, no me faltaba demasiado para la mayoría de edad, ¿y qué iba a pasar después? Iba a trabajar, por supuesto. Iba a estudiar, se suponía. Iba a seguir con mi vida. Y faltarían seguramente uno o dos años más para que me vaya de la casa y ya no sienta el papel de hijo importante en absoluto.
Pero ésto, señores, les aseguro que no es lo que más le molesta a una persona en la vida. A mí no por lo menos. Porque si simplemente se tratara de soportar esa rutina, de saber de memoria el rol que te toca cumplir en la vida, la vida misma sería muy simple. Siempre está la gente que quiere cagarte. Inconcientemente, pero quieren cagarte. Voy entonces a cambiar de parecer, sí influyo en la vida de otras personas. De personas a las que le cago la vida día a día, personas que cuando me ven, desearían estar en otro lugar, lejos, muy lejos de mí. En cierto sentido, tiene gracia, yo no les he hecho demasiado para que me detesten así.
¿Amigos? Claro que tengo. Y son los mejores. Pero saben, a veces creemos ser muy importantes para alguien, para un amigo, para un mejor amigo, o lo que sea, y de repente suceden cosas que nos hacen dar cuenta que... Tal vez no es así. Cuando te has cambiado de escuela y tu amigo de la infancia se ha separado de ti, de repente empiezas a dejar de darle importancia. Las charlas no eran tan largas e interminables como antes. De repente, dejas de conocer todo sobre él, y se te escapa de las manos. No digo que siempre sea así, pero se complica aún más cuando te vuelves mayor. Descubres de repente, que tu mejor amigo tiene novia, y la ama. Tiene sueños y metas, muy distintos a los tuyos, cuando de chicos soñaban con estar juntos hasta en la Universidad. De repente tu mejor amiga está esperando un hijo, y tiene una casa, y tú estás estudiando y trabajando como un cerdo, y sus horarios no coinciden para visitarse seguido. Siguen estando allí, siempre estarán... Bueno, tal vez no siempre, pero están.
Las cosas que antes disfrutaba, porque no tenía idea que podía llegar a perderlo, se estaban resbalando de mis manos. Me había peleado con uno de mis mejores amigos hacía un par de días, ¿y saben qué? No me importó. Habíamos discutido por una idiotez, y terminé por insultarlo. Nunca llegamos a golpearnos ni nada de eso (por más que haya estado enojado, creo que no lo habría hecho de todas formas), pero nos habíamos dicho un montón de cosas, y yo le había dicho la verdad sobre lo que pensaba de él, y él a mí también. Pero ambos creíamos que estábamos equivocados y... Bueno, decidió terminar con la discusión, y yo no llegué a sentir nada. No sentí nostalgia, no sentí tristeza, no sentí nada. Sabía lo que estaba perdiendo, y no sentí nada. Y eso después es peor. Siempre que terminas con algo, debes sentir algo, se supone. Es mejor esa sensación que es provocada cuando llega el final de algo, que lo que sientes cuando un tiempo después te das cuenta de lo sucedido. Las últimas palabras cruzadas dan vueltas en tu mente, y deseas volver el tiempo atrás, para escribir la palabra "FIN". Y a mí me pasará eso. Me pasará eso cuando esté aburrido en casa y agarre el teléfono inconcientemente para marcar su número. Me pasará eso cuando llegue a la puerta de su casa con la pelota de fútbol para ir a patear un rato, y detenga mi mano justo antes de tocar el timbre. Me pasará eso por bastante tiempo, pero no será para siempre.
Y de repente, me había dado cuenta de que no tenía ningún amigo como el que todo el mundo debía tener. No tenía a nadie que sepa todo sobre mí, sí había un par que podían incluso adivinar lo que estaba pensando, pero no era suficiente. Me refiero a esos amigos que son lo suficientemente fuertes como para hacerte ver las cosas, lo que son más fuertes que uno mismo. Aquellos días, cuando andaba muy deprimido, no sabía exactamente por qué era y tampoco tenía a nadie para explicarle aquel sentimiento. Me había deprimido muchísimo porque estaba creciendo. Porque me había dado cuenta de todo ésto que acabo de contarles y de mucho más, y me deprimía muchísimo. No sólo pensaba en mí, también pensaba en que era uno de los pocos a los que no les interesa el dinero, en que era uno de los pocos que se interesaban por las otras personas realmente, sin conocerlas. Por ejemplo, era uno de los pocos que deseaba ir a África a hacer trabajos comunitarios. Sí, hay tal vez millones de personas en el mundo que piensan lo mismo, ¿pero se han puesto a calcular que somos la minoría? ¿O no han pensado que por más que seamos algunos más, los otros tienen de su lado potencias que derriban a tres de un sólo tiro? Sería diferente si todos viéramos las cosas de maneras distintas, si nos diéramos cuenta de que todos juntos de verdad podemos hacer algo. Pero no quiero meterme en esas cuestiones ahora. Las personas son egoístas por naturaleza, estoy de acuerdo con varios filósofos que aseguran eso sobre la humanidad. Porque yo también lo soy en cierto sentido, y porque lo veo todos los días. El egoísmo guía el mundo. El egoísmo. Y porque yo también soy un egoísta, odio a varias personas, por más que intente no hacerlo. ¿Qué arruinan ellos en mi vida? Demasiado como para que desee escupirles la cara. O golpearlos (aunque lo intenté un par de veces, y no sé para qué me molesto tanto, soy un asco peleando). Los detestaba más cuando pensaba que muchísimas personas en el mundo eran como ellos, que muchísimas más eran hipócritas y falsas, y eso también me deprimía. Porque yo, solo y sin un futuro cierto, no podía hacer nada. Sólo seguir, hasta el final, observando y siendo espectador de mi propia película, en la cual ya casi había dejado de ser el protagonista.
Entonces estaba cansado. Miraba el reloj bastante seguido (siempre tuve una obsesión con la hora en realidad), y las horas parecían pasar bastante rápido. Cada vez parecía todo más sistematizado. Una hora se iba volando, y a la siguiente ya estabas haciendo otra actividad, y así sucesivamente. De repente, era lunes, y debía levantarme temprano, como todos los otros malditos días, para ir a encerrarme en mi cárcel a estudiar, hasta después del mediodía. Y cuando menos me daba cuenta, era fin de semana, y salía, o me quedaba en casa, depende de la situación. Pero qué mierda, si la semana escolar se me pasaba rápido, se imaginarán que los fines de semana corrían a velocidad luz. Y así pasaban las semanas, los meses, los años... Todo pasaba rápido.
No esperaba que nada cambie, de hecho, si cambiaba, entraba en crisis. Pero cuando las cosas cambiaron, no pasó nada parecido, afortunadamente. La que entró en crisis en realidad, fue mi madre. Si se puso así cuando llegó, no me imagino cómo habría reaccionado si habría estado en casa cuando todo comenzó.
Llovía terriblemente afuera, y yo miraba una película en el living de mi casa, descalzo y tapado con una manta, como cuando era chico. Era bastante tarde en realidad, y la semana anterior me había fracturado el dedo de la mano izquierda, por lo que me habían dado reposo por un par de días antes de volver a clases. Mis padres habían ido a una reunión de ex-alumnos en la casa de uno de sus amigos de la secundaria. A mi papá le había tenido que insistir para que no use el viejo traje que había llevado cuando se graduó, más que nada para no ver a mamá vomitar. Así que la casa era mía. Tal vez era una manera muy estúpida de aprovecharla, pero estaba bastante cansado y era genial tener la estufa prendida, las luces apagadas y la televisión para mí solo. Estaba a punto de quedarme dormido...
Mis ojos se sobresaltaron de repente. El movimiento fue mínimo, pero lo había escuchado perfectamente por encima de los truenos y de la fuerte lluvia. De hecho, la lluvia se escuchaba más fuerte que antes. Me incorporé y aguzé el oído para captar algún otro sonido, lo que sea, y esperé. Estuve congelado en esa estúpida posición durante varios minutos hasta que me di por vencido y mi cuerpo se relajó un poco más. Había sido sólo mi imaginación, tal vez ya había comenzado a soñar o algo similar, tal vez...
Lo oí otra vez. Ésta vez me puse de pie de un salto. Qué quieren que les diga, estaba asustado. Venía de arriba. Me asomé a las escaleras y allí me quedé parado, mirando con horror y preocupación. Volvía a escuchar ruidos, cada vez más fuerte y más seguido. Se oían empujes. Si alguien estaba entrando a mi casa, ¿no era más fácil entrar por abajo? Disculpe por la tardanza, señor, aquí está su pizza, habría dicho el delincuente. Y yo habría contestado que no había pedido ninguna pizza justo antes de que me apuntaran con un arma. Y el resto ya se sabe. Sí, era mucho más fácil que entrar por alguna de las habitaciones de arriba.
Puse mi pie en el primer peldaño y me detuve. Después ya no sentí temor. Subí a velocidad normal, porque la situación era demasiado extraña y... Y confiaba.
Al llegar arriba, prendí la luz. Ésto habría sido muy descuidado de mi parte si hubieran sido ladrones o lo que sea, pero sabía que no era así. La lluvia se escuchaba más fuerte porque una de las ventanas estaba abierta... La ventana del baño estaba abierta. Caminé lentamente, y por un momento algo en mi cabeza me hizo razonar, así que agarré algo por las dudas que deba golpear a alguien. Tenía en mis manos una especie de jarrón o algo así, que si llegaba a romper mamá me mataría, pero era eso o mi vida, tal vez. De todas formas, sabía que no iba a utilizarlo.
Abrí la puerta y me encontré con la habitación a oscuras. Pero la ventana estaba abierta. Y por ella entró de repente la luz de un relámpago que iluminó el cielo afuera, que me permitió ver la habitación por algunas milésimas de segundo. Y la vi. Aquella figura derrumbada en el suelo, que parecía haber salido hacía instantes de una piscina, o como si aún estuviera en ella. Estiré mi mano hacia el interruptor de la luz y parpadeé un par de veces cuando se iluminó el lugar por completo, hasta que se acostumbró mi vista. Pude apreciar mejor la escena, pero realmente no entendía nada.
Respiraba rápidamente, y parecía estar enredada en sus propias piernas y cabello. No podía verle el rostro porque estaba oculto entre sus brazos, apoyada en el suelo. Lloraba. Su ropa estaba empapada, daba la sensación todavía de que estaba sumergida en una gran piscina. Iba descalza y sus pantalones estaban rotos, al igual que su camisa negra, que se pegaba a su cuerpo. Pero lo que más me impresionaba era el largo de su cabello y de sus piernas. La empapada cortina negra cubría todo su alrededor, como una manta, brillaba tanto como el tormentoso cielo de afuera.
Levantó la vista lentamente y llevó sus manos hacia su cara, para refregar bien sus hinchados ojos. Después me miró.
—Hola... Lamento no tener nada más inteligente para decir, pero... Estás llorando en mi baño, y creo que me gustaría saber qué sucede —dije lanzando una risita nerviosa.
Por un momento creí que iba a echarse a llorar otra vez. En lugar de eso, sonrió levemente. Durante unos minutos, sonrió, y después volvió a agachar la cabeza. Creo que sabía lo extraño que había sido verla entrar por la ventana del baño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario